Rafah, Territorios Palestinos. A unos metros del muro de cemento y las alambradas que marcan la frontera entre la Franja de Gaza y Egipto, Malak Ayad, una niña palestina de 11 años, eleva una cometa que la distrae de los horrores de la guerra entre Israel y Hamás.

La niña agarra con firmeza el hilo blanco de su cometa, a la que llama “mariposa”, corriendo para que pueda sobrevolar las planicies egipcias cerca de la puerta de Salahedin. Entretanto, sus amigas y primas siguen con sus infructuosas tentativas.

De repente, una explosión se escucha a lo lejos, claramente un bombardeo aéreo contra un barrio de Rafah.

“Rápido, los bombardeos se acercan”, dice Mohamed Ayad, de 24 años, reuniéndose con Malak y sus otras sobrinas y pidiéndoles que se apresuren.

La niña enrolla rápidamente el hilo, repliega su cometa y regresa junto a sus familiares a una carpa levantada en la zona de Jir, no lejos del muro fronterizo.

“El recreo terminó cuando empezaron los bombardeos aéreos y regresamos a casa corriendo”, dice Malak, temblando.

La menor, vestida con una camiseta blanca y un pantalón negro con rayas blancas, lleva en la muñeca una pulsera con los colores de la bandera palestina.

“Libre y en seguridad”

Malak Ayub forma parte de los 1,5 millones de palestinos, en su mayoría desplazados, que viven hacinados en Rafah, en el extremo sur de la Franja de Gaza, desde el inicio de la guerra, el 7 de octubre.

Ese día, comandos de Hamás infiltrados desde Gaza realizaron un ataque de envergadura en el sur de Israel que causó al menos 1.160 muertos, en su mayoría civiles, según cálculo de la AFP basado en datos oficiales israelíes.

En respuesta, Israel juró destruir el movimiento islamista palestino y lanzó una vasta ofensiva en el territorio que se ha cobrado la vida de al menos 32.782 palestinos, según el último balance del movimiento palestino.

“Todos los días juego con mis hermanos y mis primos haciendo volar cometas cerca de la frontera egipcia, y eso me da una sensación de libertad y seguridad”, dice Malak.

Originaria de la Ciudad de Gaza, en el norte del pequeño territorio, la niña vive actualmente en un campamento en Rafah donde su familia se refugió.

“Cuando vuelvo a la carpa, pregunto por mis padres. Me da miedo” que les pase algo, afirma.

“Estamos atrapados por los bombardeos, la muerte y la destrucción. Ignoro cuando regresaremos a casa”, agrega la niña, afirmando que su madre le dijo que los israelíes “destruyeron” su ciudad y “bombardearon la escuela.”

“Me recuerda la infancia”

A unos cientos de metros de ahí, Haitham Abu Ajwa, de 34 años, se ha llevado consigo a sus dos hijos, Mohamed, de 5 años, y Adam, de 7 meses, a hacer lo mismo. Él también es oriundo de la Ciudad de Gaza, y tuvo que desplazarse varias veces con su familia desde que empezó el conflicto. Ahora, también vive bajo una carpa en Rafa.

“Esto me recuerda a mi infancia”, dice mientras ayuda a su hijo a impulsar la cometa del otro lado de la frontera.

Para él es una forma de “liberarse de las energías negativas”, y considera la zona como “el lugar ideal para evacuar (…) la tristeza y el dolor que sentimos”.

Poco después, decenas de niños, algunos de los cuales junto a su familia, se dispersan a lo largo del muro fronterizo para jugar con sus cometas. Algunos hablan con los soldados egipcios que están en las torres de vigilancia.

Cuando la cometa de Malak pasa frente al mirador, un soldado egipcio le dice: “Muy bien, princesa”.

La niña le da las gracias, haciendo un gesto con la mano, y comenta: “Amo a Egipto. Mi deseo es viajar allí, como mi cometa”.

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