La bailarina, maestra y coreógrafa Gladiola Orozco, en el mismo escenario en el que inició su carrera en 1950 acompañada por las musas en el Palacio de Bellas Artes, recibió un homenaje la noche del sábado en reconocimiento a su fundamental aportación a la danza contemporánea de México.

En el edificio de mármol puse mi primer pie, el de la esperanza, el de la pasión; aquí he estado toda mi vida, danzando, batallando, dirigiendo; aquí he tenido el privilegio de envejecer, expresó con azoro y emoción, con las manos sobre el pecho. Estoy sumamente feliz.

Al final de la cita, que incluyó dos obras con el lenguaje de los cuerpos en movimiento, el mejor que conoce Gladiola Orozco, Lucina Jiménez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, le entregó un reconocimiento por su comprometida trayectoria como bailarina, maestra, coreógrafa y directora del Ballet Teatro del Espacio.

Grupos de jóvenes bailarines interpretaron dos piezas coreográficas en la sala principal del recinto cultural. La primera fue Diarios de Rita Berlín, de María Brezzo, en la que mientras fluía la danza, en la pantalla se iba escribiendo el diario de una mujer con sus pensamientos íntimos y sobre el proceso de la creación artística. Luego, tomó lugar Signos, el cuerpo de la noche, en la que Óscar Ruvalcaba aborda el tema de los excesos y la falta de comunicación, mientras intercalaba poesía en español y portugués. Ambas obras fueron un montaje organizado por el Centro de Producción de Danza Contemporánea (Ceprodac), que dirige Cecilia Lugo.

Antes de las siete de la noche, la maestra Gladiola esperaba sentada entre el público el inicio del homenaje a su longeva presencia y su largo andar en el arte de la danza, como describiría después ella misma. En el centro de las filas de rojas butacas era la dama más apreciada, a quien todo mundo acudió a saludar, dar abrazos, tomarse fotos y llevarle flores. Desde ahí, se puso de pie cuando, al inicio del acto, lanzó besos a los asistentes animados por ser parte de una muestra de agradecimiento y amor.

Al entregar el diploma impreso a una excepcional y apasionada formadora de generaciones en la danza, Lucina Jiménez afirmó: estamos ante una mujer extraordinaria, capaz de sumergirse e influir en el arte como lenguaje y poderoso recurso de comunicación. Profundamente humanista, luchadora desde el principio hasta hoy, ha marcado la pauta de una postura ética frente a la danza, frente al arte y ante el mundo, con la dignidad que marca la vida de una gran artista dedicada al lenguaje del cuerpo en movimiento.

Agregó que es una verdadera maestra, conocedora y exploradora del cuerpo, así como sus posibilidades. Coreógrafa que siempre ha sido precisa, exigente, observadora de los detalles, pero al mismo tiempo amorosa. Entendedora del drama humano, de la paz, de la guerra, de la justicia, de la gente; ha sido capaz de entrecruzar técnica, disciplina, expresión, corazón y pasión.

El bailarín y coreógrafo Miguel Mancilla tomó el micrófono y expresó que acudió en representación de una innumerable comunidad impulsada y transformada por la maestra Gladiola, que agradece sus clases, sus coreografías, o la suerte de haber charlado alguna vez con ella. A su imbatible actitud, hay que sumar su profunda pasión y su gran inteligencia. En esencia, estoy hablando de un ser extraordinario.

Se proyectó un video en el que un grupo de personas que fueron tocadas por su trabajo dieron su testimonio, a quienes cambió la vida con su rigor, disciplina, amor y devoción, entre ellos Solange Lebourges, Maurice Dejean, Cecilia Lugo, Jessica Sandoval, David Attie, César Reyes, Victoria Louise, Claudia Lavista y Beatriz Madrid.

Al final, ahora el público de pie, resonó una fuerte ovación mientras Gladiola Orozco seguía acompañada por las musas en el escenario al que, 74 años después de la primera vez, entró caminando elegantemente, casi entre pequeños saltos. Ahí pidió: Permítanme estar en sus corazones, presente en su vida, en su futuro; somos uno, el amor nos hace uno.

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