El poema

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En lo personal asumo que escribir un poema tiene que ver con cierta disposición y con un estado de ánimo, en el que se involucran todos los sentidos y el cuerpo entero como un centro en el que convergen sensaciones, emociones, intuiciones, voces, visiones, deslumbramientos, imágenes, ritmos, rostros, develaciones y atisbos que conllevan a exponer, revelar y poner por escrito —en bellas y convincentes palabras— eso que se ofrece para ser nombrado. En este sentido la poesía es siempre un descubrimiento. Nos descubrimos a nosotros mismos como un universo en relación con otro u otros universos. Lo que no sé —aunque tal vez si lo sé y me quiera hacer creer a mí misma que no tengo conocimiento alguno sobre ello— es qué tan difícil —para alguien que se asume poeta—puede ser dar una respuesta a la pregunta de cómo se escribe un poema y que esta vaya más allá de un ejercicio discursivo o escritural en torno al tema. Alguna vez —cuando era estudiante de literatura y aspiraba a ser académica y estar en la nómina de una bien financiada universidad— leí El arco y la lira. Ese libro en el que Octavio Paz diserta, tan seductoramente, sobre la poesía en relación con el lenguaje, el mito, la historia, la sociedad, entre otras variantes. Me sedujo entonces la idea expuesta de concebir al poeta como un hechicero —un mago— conjurando a las fuerzas del lenguaje. No sé si veinte años después el discurso pacianosuscite en mí el mismo interés. Lo cierto es que aquel antiguo volumen ya no está en mi librero. Se fue de prestado y no ha vuelto. Además, estaba tan subrayado y saturado de comentarios escritos entre las líneas, los márgenes y demás espacios en blanco. En este caso creo que lo más recomendable es que me compre otro ejemplar y en mi nueva lectura —si es que llego a hacerla— no tome demasiado en cuenta la anterior. Tal vez sólo así pueda leerlo sin la inocencia de aquella primeva vez.

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